La pregunta no es casual ni siquiera vertiginosa. Es simplemente el planteo
de una problemática profunda y sencilla: Cuando uno plantea el problema del
acoso escolar entre pares a las autoridades educativas, el fantasma del miedo
parece hacerse presente y ante el temor:
la negación. La profunda negación que suele cerrarse sobre sí misma y
reconocerse en tanto problemática negada: “En mi escuela no hay bullying”
Esa es la respuesta. El adverbio de negación se vuelve dominante y enfático
ante aquel intruso que viene a preguntar por la forma de violencia que domina,
hoy por hoy, los medios de comunicación y el lenguaje de los adolescentes.
¿Pero por qué ese
director o directora niega el problema? ¿Por qué ante un proyecto de evaluar la
violencia en las escuelas, éstas tienden a cerrar las puertas? ¿Qué implica
reconocer que en mi escuela se producen actos de acoso o de ciber-acoso entre
los estudiantes?
La respuesta a estos interrogantes no es del todo sencilla. Tratemos de
vislumbrar dos posibilidades: por un lado, la escuela funciona como un aparato
ideológico del Estado. En ese sentido tiene que resguardar la identidad propia
que se le presenta desde las estructuras decimonónicas que le impone el sistema
educativo con sus leyes y sus modelos de construcción pedagógica. Sin embargo,
si bien este es un factor fundamental, sobre todo si se tiene en cuenta la
política pedagógica de los últimos diez años en lo que refiere a normas de
convivencia y a inclusión; las posibilidades de acción ante casos concretos de
violencia dan cuenta de una imposibilidad de resolución del conflicto. Por
ejemplo:
En un caso que se presenta como una relación de violencia entre pares, sin
poder ser calificada como bullying, una alumna le arroja a una compañera un
termo con agua hirviendo en la cara. La directora del colegio luego de
comprender la situación, toma la decisión de expulsar a la alumna porque no era
la primera vez que realizaba un acto de violencia grave. Es decir ya se había trabajado
con la alumna con distintas sanciones no
punitivas (medios limpios) y la
manifestación de la violencia continuaba increscendo. Frente a la resolución de la directora,
aparece la voz que legitima el modelo desde inspección que obliga a
reincorporar a la alumna a la escuela de la que fue expulsada en el mismo turno
y en la misma clase. Esta desautorización hacia el
directivo por parte del sistema pedagógico pone en evidencia la crisis interna
que sufre la educación y la contradicción interna del aparato ideológico que
confiesa su contradicción.
Entonces, si uno reconoce como directivo esta crisis, es
muy difícil que quiera aceptar, que quiera ver los problemas de violencia en su
propia institución porque reconoce en el sistema la propia desacreditación que
tiene su labor. (1)
De todas maneras, el caso anterior no parece ser necesariamente el modelo
por el cual los representantes de las instituciones particulares se nieguen a
reconocer que puede haber manifestaciones de violencia entre pares en lapsos
considerados de tiempo. Tal vez, la negación lleva implícito el reconocimiento
de que no se ha hecho nada para evitarlo. La mayoría de las veces, el no
reconocimiento implica el vacío que se genera en ese punto de la gestión
educativa particular. Se sabe que el bullying se trabaja desde
propuestas preventivas que se inician en jardín de infantes. Ahora bien, cuando
se niega la existencia del problema, se auto-reconoce que no se está trabajando
ni en la capacitación del personal docente y no docente, ni en la prevención
sobre los grupos.
Reconstruyamos dos ejemplos: Uno hace referencia a un director que dice: “No hay bullying en mi escuela” y el
otro a un representante legal de un colegio que está a la vanguardia de las
propuestas educativas de convivencia.
El primero le dice en una entrevista laboral a un entrevistado cuando éste
le manifiesta que a él le interesa trabajar sobre el tema de convivencia y
violencia en las escuelas: “No hay casos
de bullying en mi escuela” A lo cual el docente entrevistado le contesta, que extraña afirmación. Un amigo
que trabaja en esta institución me contó lo que unos estudiantes de tercer año
le hicieron a una compañera en facebook.
El segundo ejemplo da cuenta del trabajo de gestión educativa: Le
preguntamos a un representante legal sobre la problemática del bullying, para
un documental que estábamos preparando y nos contestó en una charla totalmente
informal e improvisada: “La escuela
trabaja sobre el tema. Yo no sería quien tiene que hablar del problema porque contamos
con dos especialistas que se encargan específicamente del programa de
prevención (uno de ellos ha escrito un libro sobre bullying)y de capacitación
de docentes y directivos. Además, como ustedes saben, contamos con el grupo de
padres que participan de las actividades de inclusión los fines de semana y con
las actividades extra programáticas que hacen posible que los chicos se inserten
en nuevos grupos sociales, sin contar con la tutoría y los responsables adultos
de cada clase. De esa manera, desde que son muy chiquitos tratamos de trabajar la
convivencia y los valores en los grupos. Sin embargo, el problema está
permanente latente porque la violencia no está sólo en la escuela, sino en la
sociedad. Y no hay que prevenir el bullying. Hay que prevenir el bullying, las
otras manifestaciones de violencia, la droga, el alcohol que son las sombras
que dominan a los niños y adolescentes. Por eso, siempre el lema central es trabajar en valores
para que los chicos se sientan queridos. Y para trabajar en valores, los
docentes, pero por sobre todas las cosas, el equipo directivo y la familia
tienen que tenerlos incorporados.”
Evidentemente, el problema de la negación es el no
reconocimiento, es la negligencia de la gestión pedagógica que comienza a
devenir burocrática.
Ahora bien, en el primer caso el problema se daba a partir de una
problemática que ponía en evidencia la desacreditación del rol docente por
parte del propio sistema educativo al dejar ver sus contradicciones. En la
segunda, se manifiesta la negligencia en los trabajos de gestión educativa que
presentan algunas escuelas particulares. Ahora bien, la primera de las
respuestas también pone en evidencia la pobreza con que la gestión trabajó la
problemática. Pues cuando uno expulsa a un alumno de una institución tiene que
preguntarse qué hizo para incorporarlo, para darle su lugar en el grupo, cómo
lo motivo, con que herramientas generó la convivencia grupal a lo largo de los
años. La
expulsión no sólo pone de manifiesto que hay violencia, sino que acentúa la
falta de procedimientos preventivos y de sociabilización con los que se trabajó
en la escuela. Pero también implica confudir desde las mismas
instituciones las delimitaciones de la ley que no implica no aceptar la
expulsión, sino darle la posibilidad al alumno que pueda continuar sus estudios
en otra escuela. De esta manera, la decisión de la inspección de no aceptar la
expulsión, implica la no comprensión de los límites de la ley entre lo
particular y lo universal.
Ocultar el bullying. Decir no hay violencia en mi
escuela, es reconocer que el proceso de prevención no se está llevando a cabo.
Prof. Ezequiel Jáuregui- Prof. Ulises Aguilar- Prof. Mario Accorsi
NOTAS
(1) Con este comentario no
queremos oponernos a la idea de inclusión, por el contrario estamos totalmente
de acuerdo en que todo niño o joven tiene derecho a una educación digna. Lo que
ponemos de manifiesto es un problema de poder que tiene que poder ser ejercido
desde la escuela como institución particular. En ese sentido la inclusión no
implica una escuela, sino la escuela en tanto sistema.
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